El rasgo más asombroso del contraste es el cambio enfático de obras a fruto. Las obras pertenecen a un taller de trabajo; el fruto pertenece al jardín. Uno proviene de la ingenuidad de la fábrica; el otro del crecimiento silencioso de la vida abundante. La fábrica opera con cosas muertas; el jardín cultiva fuerzas vivas para sus fines designados. Las obras siempre están en el reino de las cosas muertas. Todo edificio es construido con material muerto. El árbol debe morir antes de que pueda ser útil
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